Hay que destruir Internet (I)
¡Vuelvo a tener un blog! Esta vez uno autoconstruido y ajeno a plataformas comerciales de contenido. Esto tiene un doble propósito (empezamos fuerte, amiga): por un lado recuperar un sitio donde publicar las ocasionales mierdas que voy dejando desperdigadas por ahí (y a ser posible acostumbrarme a hacerlo más a menudo), y por otro tratar de huir de la degeneración en que, a mi parecer, ha ido cayendo casi todo lo bello del contenido en Internet, presa de una fiebre monetizadora edificada sobre el incordio, la adicción y algoritmos inescrutables.
Esta misma tarde hablábamos mi hermano y yo de lo molesto que se ha convertido lo online en los últimos años. Nos hemos ido acostumbrando a ser asaltados a diario por decenas de cajitas que nos piden permiso para guardar cookies, nos invitan a recibir newsletters, a activar notificaciones, a desactivar bloqueadores de publicidad, a registrarnos, a ver el siguiente vídeo, a compartir, a bajarnos la app, a seguir a Fulanito que quizá te interese. Además, a medida que los algoritmos se han ido sofisticando, hemos perdido el control de lo que vemos y del acceso a nuestro propio contenido.
Los modelos de negocio de tantísimos servicios que usamos solo funcionan si nos agreden, nos espían o nos provocan comportamientos compulsivos. A menudo, todo a la vez.
No voy a hacer aquí una de esas defensas de señor de "¡Internet antes era mejor!" porque no, no lo era, pero la senda que ha ido tomando es odiosa y creo que urge salir de ella. El problema no es la evolución de los algoritmos, ni el intentar hacer negocio en sí. El problema es la dirección que han tomado. Estamos en manos de unos pocos imperios tecnológicos de poder inconmensurable que han convertido a los usuarios en siervos y mercancía, que usan patrones de diseño cada vez más cuestionables con el único propósito de mantenernos atrapados y dependientes de unos servicios cuyo cometido es muy diferente al que a nos pretenden vender.
Internet no tiene por qué ser gratis, de hecho puede que ese sea uno de sus problemas. Pero debe ser más honesto, menos centralizado y abandonar esa práctica mafiosa de montar negocios que en la trastienda se dedican a otra cosa.